"El mal es siempre posible, la bondad es una dificultad".
Anne Rice
Todos los hombres
–incluidos aquellos que nos parecen más cínicos e insensibles–
pueden alzarse contra el mal de una manera inesperada y hasta
nosotros mismos, quizá, disponemos de esa fuerza interior para
llevar a cabo algunas pequeñas acciones que pueden impedir una
injusticia, cuando parece absurdo y completamente imposible tratar de
cambiar el curso de algunos acontecimientos que nos superan. No se
trata de buscar la excelencia, la coherencia absoluta y el heroísmo,
incluso si afortunadamente no faltan individuos al margen de la
norma, pero es importante conferir valor a comportamientos de
resistencia, a veces de apariencia minúscula, que hacen las veces de
límite en relación con el mal que los hombres provocan.
La imagen del hombre
justo no puede ser la de un superhombre que libra una batalla
infinita contra los atropellos, como si se tratara de un Don Quijote
en inacabable lucha contra los molinos de viento. Tiene algo de
caricatura pensar en una figura, en alguien, capaz de combatir de la
mañana a la noche por todos los derechos humanos, contra todas las
desigualdades, contra todas las dictaduras, contra todos los
genocidios, que se sienta comprometido en todas las batallas posibles
y que, encontrándose en una situación extrema, sea protagonista de
una resistencia integral hasta el agotamiento. Piénsese, por
ejemplo, en la costumbre de algunos intelectuales a los que les gusta
firmar una toma de postura tras otra contra los males del mundo y que
no dejan de apoyar cualquier manifestación de protesta: contra la
pena de muerte en los Estados Unidos, contra la mafia, contra la
represión en América Latina, por la libertad del Tíbet, por la
verdad acerca del asesinato de Politkovskaia. Son absolutamente
ridículos porque no suelen tener otro objetivo que el de parecer
mejores que los demás, demostrando que son portadores del bien.
Les gusta impartir lecciones a las personas «injustas», para
erigirse como pavos reales sobre el pedestal de su superioridad,
mientras que el verdadero acto moral es el que afecta a una
persona en profundidad y la cuestiona.
La limitación de la
vida es, en el fondo, la medida del juicio, porque la implicación
moral no puede darse en una lucha infinita contra todas las
injusticias. Por el contrario, puede convertirse en «justo» incluso quien una sola vez en toda su existencia, en un solo día de
su vida, frente a un solo atropello, frente a un solo hombre
perseguido, a una sola mentira, tiene el valor de romper con el
conformismo y llevar a cabo un único acto de bien, de amor o de
justicia.
Lo que define a
un acto de bien es el esfuerzo interior y la asunción de la
responsabilidad.
"La bondad insensata". Gabriele Nissim