jueves, 22 de marzo de 2012

SAL COMÚN

Hace ya unos cuantos años fui compradora habitual de la revista "Sal común".  Estaba dirigida a un público joven y la mayor parte de su contenido  dedicado a la música, aunque también tenía espacio para  el cine, la literatura, la ecología,  etc.
Había en ella también una sección dedicada al correo de los lectores donde se podían encontrar todo tipo de mensajes, desde gente que intercambiaba discos, libros o comics, compra-venta de  algún tipo de aparato, o simplemente  contactos. 



Siempre echaba una ojeada a esta sección sin más intención que curiosear, pero algo debió llamarme aquella vez la atención. No recuerdo exactamente las palabras, pero lo que sí recuerdo era un mensaje en el que una persona  buscaba amistad de manera sincera y casi desesperada, o eso me pareció a mí. 
Sin dudarlo mucho, y a pesar de ser  la primera vez -y también la última- que lo hacía,  escribí.
Se trataba de un chico llamado Manuel, de Pasajes de San Pedro.
En poco tiempo tuve respuesta suya. Supe, además, que no había sido la única que respondía a la "llamada" y que habían sido varias chicas las que habían hecho lo mismo que yo .
Nos estuvimos escribiendo durante unos meses. Sus cartas eran muy largas, en cuartillas escritas a doble cara, la letra muy apretada, densas. Se mezclaban allí reflexiones filosóficas, asuntos personales, fobias.
Deduzco, después de leerlas ahora, que las mías no debían ser muy distintas puesto que, según él mismo decía, conectábamos en bastantes cosas.




Un día recibo una carta que viene de su misma dirección pero con otro remitente.
Creo que fue Mark Twain el que dijo que era más difícil escribir una carta que un libro. No lo sé, porque nunca escribí un libro, pero podría añadir que a veces también es difícil leer.
La carta venía de su hermana y decía, entre otras  cosas y  después de un amable y cariñoso saludo, esto:


"Bien, hace cosa de unos días recibió mi hermano una carta tuya en la que le preguntabas el porqué de su no contestación y a ver si había llegado tu carta anterior de cinco hojas; pues bien, llegó, pero cuando eso sucedió, él, Manuel, estaba en el psiquiátrico (no, no es broma), ahora me aclaro pero antes déjame fumar o, por lo menos, encender un cigarro, pues cada vez que me acuerdo de todo "aquello" se me ponen los pelos de punta.
¡Ya está!, vamos allá. Todo empezó el 12 de marzo...".


Me cuenta que ese día falleció un familiar y su hermano se queda "cortado", expresión a la que en ese momento no da mayor importancia. Los días que siguen observa comportamientos que ella misma define como "raros".


"En la mañana del día 14, al entrar en su habitación, lo encontré en medio de ella, desnudo y con la persiana completamente subida, le pregunté que era lo que hacía pues nunca lo había visto así y con lo tímido que es él me extrañó un montón; luego me dijo que quería dormir y lo dejé metido en cama. A eso de las 10:30 fui para ver si estaba dormido y se estaba vistiendo. Le pregunté a donde iba y me dijo que al monte, se puso un pantalón que nunca se había puesto (de esos que tienen bolsillos en las piernas) y luego cogió unas cosas como eran, 3 guantes, un desodorante spray, mechero, la foto de una tía con la que se escribe y algunas cosillas más. Sacó toda la ropa de un armario y la esparramó por el suelo. Esto ya me puso alerta, y cuando se fue llamé a mis tías para que vinieran; así lo hicieron  y después de una hora más o menos, llegó él, con una cara demacrada y al ver a mi tía me echó una mirada que nunca podré olvidar (como reprochándome haberla traído), luego vino mi tío y  ya eso de las tres o así vinimos a casa y estaba en una habitación desnudo. Le dijeron que se vistiera y lo llevaron al psiquiatra y allí estuvo 6 días, hasta que en ese sitio le descubrieron que estaba quemado (de cuando se había ido al monte). El día 20 de marzo ingresó en el hospital para hacerle los injertos y todavía está allí. Los psiquiatras le pronosticaron que tenía ESQUIZOFRENIA, ideas delirantes, despersonalización, etc.
Pero bueno, ahora ya va mucho mejor, está muy contento allí con las enfermeras y tal, ya estoy deseando que lo bajen (pues aunque no nos han dicho nada, creo que bajará, aunque hay veces que está "en otro lado").
[...]
Siento mucho haberte hecho preocupar, pues a todas las cartas que le escribieron contesté, pero por lo que se ve, se me olvidó hacerlo con la tuya. Lo siento y perdóname, si puedes.
Espero que esto que te cuento no te defraude de él, pues me gustaría que le siguieras escribiendo, le hacen falta esas cartas, o sea, vuestras cartas. [...] Y sin nada más por el momento te dejo, pues ya te he dicho todo lo que sé y creo que te interesaría saberlo a ti también, ¡ah! pero ya no te preocupes por nada, pues está mucho mejor, así que HASTA SIEMPRE, AGUR."


Dejé pasar un tiempo, el que supuse necesario para la "curación" de su enfermedad... y de mi impresión.
La contestación tardó, así que entre esta carta y la siguiente pasaron casi seis meses.
Y la siguiente -afortunadamente- ya no se parecía nada a las anteriores, ni siquiera en el aspecto.
La carta más corta, la letra más suelta, alegre. Me contó que estuvo ingresado en el hospital más de dos meses, que hizo amistad con enfermeras y enfermeros, que sus quemaduras iban curando, que salía con amigos, que iba al cine, que viajaba...
Mis circunstancias iban cambiando (estaba más ocupada con los estudios) y las suyas también. La necesidad de comunicación poco a poco se desvaneció, y las cartas se fueron espaciando en el tiempo hasta que finalmente se cortó la comunicación.


Ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero al escribir esta entrada no pude evitar buscar en la red alguna "noticia" suya, puesto que conozco su nombre y apellidos. 
La encontré: vive en la misma ciudad y trabaja en un hospital.


Un abrazo.







miércoles, 7 de marzo de 2012

(No mires...)






No mires.
El mundo está a punto de reventar.

No mires.
El mundo está a punto de despejar su luz
Y lanzarnos al abismo de sus tinieblas,
Aquel lugar negro, espeso, sin aire
Donde nos iremos a matar o morir o bailar o llorar
O gritar o gemir o chillar como ratones
Para volver a negociar nuestro precio de salida.


Harold Pinter







(DON'T LOOK...). Harold Pinter.

Don't look.
The world's about to break.

Don't look.
The world's about to chuck out all its light
and stuff us in the chokepit of its dark,
That black and fat suffocated place
Where we will kill or die or dance or weep
Or scream of whine or squeak like mice
To renegotiate our starting price.







jueves, 1 de marzo de 2012

Del aburrimiento



“El aburrimiento es una mala hierba,
 pero también una especia que hace digerir muchas cosas”. 
Goethe


Julia Fullerton




Una parte sustancial de lo que les espera va a ser reclamada por el aburrimiento.


[...]

Conocido bajo diversos alias —angustia, ennui, tedio, murria, jartera, apatía, desgano, estolidez, letargo, languidez, acidia—, el aburrimiento es un fenómeno complejo y en general producto de la repetición; parecería así que el mejor antídoto en su contra sería la constante inventiva y originalidad. Es lo que ustedes, jóvenes y despiertos, esperarían. Ay, pero la vida no va a darles tal opción, porque el medio principal de la vida es precisamente la repetición.


[...]

Ricos en potencia, ustedes acabarán aburriéndose del trabajo, los amigos, los cónyuges, los amantes, la vista desde la ventana, los muebles o el papel de colgadura de la alcoba, los pensamientos o de ustedes mismos. En consecuencia, tratarán de buscar caminos de escape. Aparte de la autocomplacencia con los artilugios antes citados, pueden dedicarse a cambiar de empleo, residencia, compañía, país, clima; podrán ensayar la promiscuidad, el alcohol, los viajes, las lecciones de cocina, las drogas, el psicoanálisis.
De hecho, pueden juntar todas estas cosas y por un tiempo funcionarán. Hasta el día, por supuesto, en que se despierten en medio de una familia nueva y un papel de colgadura diferente, en un estado y un clima diferentes, con un cerro de cuentas del agente viajero y del analista, pero con el mismo sentimiento rancio hacia la luz del día que se filtra a través de las ventanas. Se pondrán los mocasines sólo para descubrir que necesitarían de los cordones para sobreponerse a lo ya conocido. Dependiendo del temperamento o de la edad, les dará pánico o bien se resignarán a la familiaridad de la sensación; o se lanzarán una vez más al galimatías del cambio.
La neurosis y la depresión entrarán en sus léxicos; los gabinetes del baño estarán llenos de píldoras. Básicamente, no hay nada de malo en convertir la vida en una búsqueda constante de alternativas, en pasar por encima de empleos, cónyuges, ambientes, etc., siempre que uno pueda hacerse cargo de la pensión alimenticia y del enredo con los recuerdos. Este tipo de situaciones, al fin de cuentas, ha sido suficientemente idealizado en la pantalla y en la poesía romántica. El riesgo, no obstante, es que en menos que nada la búsqueda se vuelva una ocupación de tiempo completo, y que la necesidad de una alternativa acabe siendo comparable a la dosis diaria de un adicto.
Pero hay otra salida. No mejor, quizás, desde su punto de vista, y no necesariamente segura pero recta y económica. Quienes entre ustedes hayan leído el poema “Del sirviente a los sirvientes” de Robert Frost, quizás recuerden un verso suyo: “La mejor manera de salir es siempre atravesar”. Por eso lo que voy a sugerirles es una variante so­bre el tema.
Cuando el aburrimiento los golpee, entréguense a él. Que los aplaste, que los sumerja, toquen fondo. En general, con las cosas desagradables, la regla es: mientras más pronto toquen fondo más pronto volverán a flotar. La idea aquí, para parafrasear a otro gran poeta de la lengua inglesa, es mirar de frente a lo peor. La razón por la que el aburrimiento merece semejante escrutinio es que representa el tiempo puro, incontaminado, en todo su repetitivo, redundante y monótono esplendor.


[...]


Pues el aburrimiento es una invasión del tiempo en nuestro repertorio de valores. Pone nuestra existencia en perspectiva, con un resultado neto que siempre implica precisión y humildad. La primera, debe notarse, engendra la segunda. Mientras aprendemos sobre nuestro propio tamaño, más humildes y más compasivos nos volvemos con nuestros semejantes, con ese polvo flotante en un rayo de luz o ya inmóvil sobre la mesa. ¡Ah, cuánta vida hubo en esas motas! No desde nuestro punto de vista, sino desde el de ellas. Nosotros somos para ellas lo que el tiempo es para nosotros; por eso es que parecen tan pequeñas. ¿Y saben lo que dice el polvo cuando lo limpian de la mesa?


“Recuérdame”,
susurra el polvo.

Nada podría estar más lejos de la agenda mental de ustedes, jóvenes y despiertos, que el sentimiento expresado en estos dos versos por el poeta alemán Peter Huchel, ya muerto.
Lo he citado porque me gustaría inculcar en ustedes la afinidad con las cosas pequeñas —semillas y plantas, granos de arena o mosquitos—, pequeñas pero numerosas. Cité estos dos versos porque me gustan, porque me reconozco en ellos y, si a ello vamos, en cualquier organismo vivo que debe ser limpiado de la superficie disponible. “Recuérdame, susurra el polvo”. Y lo que oímos es que si de vez en cuando aprendemos algo sobre nosotros por cuenta del tiempo, quizás el tiempo pueda, a su vez, aprender algo de nosotros. ¿Qué habría de ser? Que aunque inferiores en significación, tenemos la ventaja de la sensibilidad.
Esto es lo que significa ser insignificante. Si se necesita un aburrimiento que paralice la voluntad, bienvenido el aburrimiento. Somos insignificantes porque somos finitos. Pero mientras más finita es una cosa, más cargada está de vida, emociones, dicha, temor, compasión. Pues el infinito no es ni muy vivo ni muy emocional. Nuestro aburrimiento nos enseña al menos esto, porque nuestro aburrimiento es el aburrimiento del infinito.


[...]


Por lo tanto, traten de mantener la pasión, dejen la frialdad para las constelaciones. La pasión es, ante todo, un remedio contra el aburrimiento. Otra cosa, por supuesto, es el dolor —físico más que psicológico—, que suele ser consecuencia de la pasión; aunque no les deseo ninguno de los dos. Aun así, cuando sentimos dolor sabemos que al menos no hemos sido engañados (por el cuerpo o por la psique). De ahí que lo bueno del aburrimiento, de la angustia y del sentimiento de la in­significancia de la existencia, de todas las existencias, sea que no entrañan un engaño.
[...]


No les deseo más que felicidad. Aun así, habrá muchas horas oscuras y, lo que es peor, sosas, causadas tanto por el mundo exterior como por sus propias mentes.


[...]

Pues el que les espera es un viaje notable pero fatigoso; hoy están abordando, por así decirlo, un tren fuera de control. Nadie puede decirles lo que les espera en adelante, mucho menos aquellos que quedan atrás. Hay algo, sin embargo, que pueden asegurarles, y es que no se trata de un viaje de ida y vuelta. Intenten, por lo tanto, extraer alguna comodidad de la noción de que por intragable que sea ésta o aquella estación, el tren no se quedará allí para siempre. Por consiguiente, nunca estarán varados, ni siquiera cuando así lo sientan; porque este lugar se convierte hoy en su pasado. De ahora en adelante se les irá perdiendo, ya que el tren se halla en constante movimiento. El lugar se irá desvaneciendo, incluso cuando sientan que están varados... De manera que échenle una mirada cuando todavía tiene su tamaño natural, mientras todavía no es una fotografía. Mírenlo con toda la ternura de que sean capaces porque están mirando su pasado. Extraigan, por decirlo así, la mejor mirada posible. Dudo que vayan a encontrar algo mejor que eso.






Discurso de graduación de la clase de 1989 de la universidad de Dartmouth. (completo)
 Joseph Brodsky.

Julia Fullerton