viernes, 18 de abril de 2014

La bondad insensata


"El mal es siempre posible, la bondad es una dificultad".

                                                                                                  Anne Rice





Todos los hombres –incluidos aquellos que nos parecen más cínicos e insensibles– pueden alzarse contra el mal de una manera inesperada y hasta nosotros mismos, quizá, disponemos de esa fuerza interior para llevar a cabo algunas pequeñas acciones que pueden impedir una injusticia, cuando parece absurdo y completamente imposible tratar de cambiar el curso de algunos acontecimientos que nos superan. No se trata de buscar la excelencia, la coherencia absoluta y el heroísmo, incluso si afortunadamente no faltan individuos al margen de la norma, pero es importante conferir valor a comportamientos de resistencia, a veces de apariencia minúscula, que hacen las veces de límite en relación con el mal que los hombres provocan.



La imagen del hombre justo no puede ser la de un superhombre que libra una batalla infinita contra los atropellos, como si se tratara de un Don Quijote en inacabable lucha contra los molinos de viento. Tiene algo de caricatura pensar en una figura, en alguien, capaz de combatir de la mañana a la noche por todos los derechos humanos, contra todas las desigualdades, contra todas las dictaduras, contra todos los genocidios, que se sienta comprometido en todas las batallas posibles y que, encontrándose en una situación extrema, sea protagonista de una resistencia integral hasta el agotamiento. Piénsese, por ejemplo, en la costumbre de algunos intelectuales a los que les gusta firmar una toma de postura tras otra contra los males del mundo y que no dejan de apoyar cualquier manifestación de protesta: contra la pena de muerte en los Estados Unidos, contra la mafia, contra la represión en América Latina, por la libertad del Tíbet, por la verdad acerca del asesinato de Politkovskaia. Son absolutamente ridículos porque no suelen tener otro objetivo que el de parecer mejores que los demás, demostrando que son portadores del bien. Les gusta impartir lecciones a las personas «injustas», para erigirse como pavos reales sobre el pedestal de su superioridad, mientras que el verdadero acto moral es el que afecta a una persona en profundidad y la cuestiona.


La limitación de la vida es, en el fondo, la medida del juicio, porque la implicación moral no puede darse en una lucha infinita contra todas las injusticias. Por el contrario, puede convertirse en «justo» incluso quien una sola vez en toda su existencia, en un solo día de su vida, frente a un solo atropello, frente a un solo hombre perseguido, a una sola mentira, tiene el valor de romper con el conformismo y llevar a cabo un único acto de bien, de amor o de justicia.


 Lo que define a un acto de bien es el esfuerzo interior y la asunción de la responsabilidad.


"La bondad insensata". Gabriele Nissim



lunes, 7 de abril de 2014

Pegamento social



En 1992, el famoso sociólogo John Rawlings, organizó un curioso experimento en dos fases para desentrañar el misterio del génesis de la sociedad moderna basada en las libertades individuales que nosotros, afortunados primermundistas, vivimos y disfrutamos.
La Fase Uno consistía en reclutar voluntarios de todos los sexos, razas, religiones y clases sociales y reunirlos en una sala convenientemente ventilada y confortable. A tales sujetos se les pidió que redactaran, de forma consensuada, una carta magna que garantizara una sociedad justa. Es decir: que todas las opiniones tuvieran cabida y se respetaran la libertad de cada uno de los individuos sin que la libertad del resto fuera mermada.
Durante la primera hora todo fue bien; los sujetos se presentaron y comenzaron a plantear el problema. Durante la segunda hora empezaron a surgir tensiones; el agricultor pedía que la plusvalía de su cosecha se repartiera equitativamente, el especulador señalaba que si quería aumentar sus ingresos debía aprender a invertir, la funcionaria reclamaba mantener sus derechos adquiridos, el maestro que los padres educaran mejor a sus hijos, la ama de casa que se le pagara un salario y una jubilación, el obrero que se redistribuyera la riqueza, la empresaria que se recompensara el riesgo, el católico que se recuperaran los valores tradicionales, el musulmán que se reconociera que hay un único Dios llamado Alá, el budista que se respetara la vida, el soldado que se aceptara la guerra preventiva, la feminista que se tuviera más en cuenta su currículum, el banquero que se pagaran los intereses puntualmente y el enano que se le llamara “persona de dimensiones reducidas”. 
Durante la tercera hora, los ayudantes de Rawlings hubieron de intervenir rápidamente para sofocar la pelea que había estallado en la sala, llevándose varios puñetazos, patadas, arañazos, tirones de pelo y un mordisco en una zona muy sensible ejecutado por la “persona de proporciones reducidas”.
[…]




Casi dos siglos después, y tras el resultado fallido —pero no del todo inesperado— de la Fase Uno de su experimento, John Rawlings se dispuso a ejecutar la Fase Dos.
La Fase Dos consistía en seleccionar otro grupo de voluntarios con el mismo criterio —el grupo debía representar todos los sexos, razas, religiones y clases sociales—,  y encerrarlos en la misma sala, confortable y ventilada. La diferencia con respecto a la fase anterior estribaba en que a los sujetos se les mantenía aislados antes de que pudieran mezclarse con el resto. Se les vendaba los ojos, se les ataban la manos, y entonces y sólo entonces se les conducía a la sala y se les sentaba cuidadosamente en una silla para comunicarles la misión que debían cumplir. Ya sabéis: “establecer una carta magna que garantizara una sociedad justa y bla, bla, bla…”
Sin embargo, antes de dejar la sala, Rawlings avisó a sus conejillos de indias que a uno de ellos se le había retirado previamente la venda de los ojos y se le había liberado las manos para que pudiera redactar el texto final con comodidad, y que, además, se le había dado un garrote para que impusiera el orden si era necesario.
Era mentira, claro, pero los sujetos del estudio de la Fase Dos no podían saberlo. Ante la posibilidad de que un anónimo controlador armado con una porra pudiera tomarse a mal sus palabras, se mostraron mucho más relajados, colaboradores y faltos de prejuicios que los participantes de la Fase Uno.
El resultado fue una grabación de más de diez horas, que transcrita se convirtió en un texto de ciento doce folios, y que cumplía con todos los requisitos pedidos por Rawlings.
Libertad individual y justicia social: una verdadera Constitución.
Si el pegamento que constituye la sociedad es el miedo, el interés, la confianza, la ignorancia o la búsqueda de aquello que llamamos “felicidad”, este humilde narrador no se atreve a opinar en público. Prefiere que lo hagan ustedes.
Lo cierto es que todos estaremos en lo cierto.
Y aún así estaremos equivocados.


"Breve historia del pegamento social" (aquí completo) . Relato de Sergi Álvarez.





miércoles, 2 de abril de 2014

Orden



La vida funciona de tal manera que,
justo cuando empiezas a ser
un poquitín
feliz,
te llama al orden.



"El amor dura tres años" . Frederic Beigbeder




OVDE - LUPAG- GLAVOM 
Aquí - Golpear - Cabeza