A todos amé mientras Natalia me amaba,
grapas que delfines, yeguas que ancianos,
mudos que abiertos y también semifusos,
a las ruedas que iban y a las que volvían,
a los lirios del pus y también a los del cieno,
con todos los crímenes hice sinalefa,
a todos quería perdonaros,
pero ahora que no me ama, ahora
que no me ama,
ni aunque la Gran Seda o la gran Algalia,
ni aunque nietos de ninfas o arcángeles
lo mismo Blanco que Abrazos sin Fronteras,
me da igual el acorde de vuestra música,
de nadie me acuerdo, a ninguno distingo,
a ninguno perdono, a nadie salvo,
os odio a todos.
«La gran cuestión en la vida, es el dolor que causamos, y la más ingeniosa metafísica no justifica al hombre que ha desgarrado el corazón que lo amaba.»
[...]
Pero cuando se ve la angustia que resulta de esos lazos rotos, cuando vemos la sorpresa dolorosa del ser a quien hemos engañado; cuando vemos que su alma, que un momento antes se nos confiaba por entero, se ve forzada, después, a desconfiar de quien ella suponía distinto de todos en el mundo, y acaba teniendo que desconfiar del mundo entero, sin saber a quién dirigir la estimación que ha tenido que volver hacia sí misma, entonces sentimos que hay algo sagrado en el corazón que sufre porque ama, descubrimos que tiene hondas raíces en nosotros el amor que nos figurábamos inspirar sin compartirle, y, si conseguimos sobreponernos a lo que se da en llamar debilidad, lo hacemos destruyendo, destrozando, sacrificando lo que hay en nosotros de generoso, de fiel, de mejor y más noble.
"Adolphe". Benjamin Constantin.