Me gustan las tristezas escondidas debajo de las sonrisas de la gente amable. Envidio a quien puede disfrazar su mala sangre con un buen gesto. A quien es capaz de no oler a quemado aún estando hasta el cuello de fuego hambriento. Son los más valientes. Los que no te cubren de malezas ni te hieren ni te pisan ni te infectan. Porque en sus desdichas no hay culpables, sino vida que embiste, -como a todos-. Ellos saben. Son personajes intactos de miseria, seres cristalinos, almas perfectas. Sus tristezas escondidas pero tangibles, aportan esa realidad posible y sanadora. Ellos equilibran este mundo colmado de negadores constantes, de llorones. Ellos saben. También lloran, pero cuando toca, sin salpicar.
"DIDÍ.- Si tuviéramos un espejo… GOGO.- Bueno, a lo mejor es mejor así. DIDÍ.- Tenemos que estar muy despeinados. GOGO.- Mejor, sí, mejor, así verá el señor Godot que estamos muy necesitados. DIDÍ.- Eso sí, muy necesitados. GOGO.- Si estuviéramos bien peinados… DIDÍ.- Pero estamos necesitados, eso es, necesitados, y entonces tenemos que pedir algo a Godot. GOGO.- Al señor Godot, que no se te olvide, al señor Godot. DIDÍ.- Al señor Godot. GOGO.- Eso es. DIDÍ, muy animado.- Y entonces yo le pediría... le pediría… le pediría… un bocadillo, eso es, un bocadillo. GOGO.- Estás tonto, Didí, un bocadillo es muy poco. DIDÍ.- De jamón, un bocadillo de jamón. GOGO.- No, no, es poco. DIDÍ.- De tortilla, eso es, de tortilla con un pimiento por encima. Una vez comí un bocadillo de tortilla con un pimiento por encima y estaba muy bueno. GOGO.- Te digo que no. DIDÍ.- Pues no sé… una comida, una comida entera. GOGO.- Que no, que no. DIDÍ.- Una comida con muchos platos, sopa, carne, mucha sopa y mucha carne. GOGO.- Te digo que no. DIDÍ.- Pues ropa, eso es, ropa. Una camisa y un pantalón y la camisa que sea blanca, aunque blanca no, porque enseguida se ensucia, entonces mejor una camisa de color azul, a mí me gusta mucho el color azul ¿a ti no? GOGO.- Que no, Didí, que no. DIDÍ.- Pues no sé ¿y si le pedimos dinero? GOGO.- ¿Y qué harías tú con dinero? DIDÍ.- No sé, comprar cosas, eso es, comprar cosas. GOGO.- ¿Y qué ibas a hacer con las cosas? DIDÍ.- Pues no sé… GOGO.- Tener cosas es muy complicado, tendríamos que tener por lo menos una casa. DIDÍ.- Pues le pedimos una casa. GOGO.-No, no entiendes, verás, lo que necesitamos es una posición, eso es, una posición. DIDÍ.- No entiendo, Gogó, de verdad, no entiendo. GOGO.- Pues una posición, eso es. Entonces, cuando uno tiene una posición, un puesto, un cargo, bueno, algo así, pues cuando uno tiene posición… DIDÍ.- ¿Qué? ¿Qué le pasa? GOGO.- No sé, de verdad que no lo sé, pero cuando uno tiene posición ya no tiene hambre, eso es, ya no tiene hambre. DIDÍ.- No sé, no sé.
Están preocupados, han dejado de acicalarse y dan vueltas con las manos en los bolsillos. De pronto se oye una bocina que hace pabú-pabú, se inmovilizan, entra el Mensajero, pasa corriendo y se detiene un momento para decir
MENSAJERO.- Llega el señor Godot (toma posición como antes, suena un tiro y sale corriendo)." ----- Fragmento de la obra HA LLEGADO GODOT o en honor de Samuel Beckett. Preparando el segundo tomo de "Obras en un acto", de Juan Ignacio Ferreras.
viernes, 2 de agosto de 2013
«Eu
cheguei e vinos alí todos tirados. Rompemos a alambrada para subir a
uns poucos que estaban nos vagóns. Estaba unha rapaciña de 16 anos,
outro de 21 e un rapaz de 14. Eu collía a ese rapaz e dicíalle:
cariño, que no pasa nada; cariño, que no tienes nada. ¿Qué te
duele? E dicíame que lle doía o cuello e xa
lle puxeron un collarín. E despois
quedou tranquilo e cando o atenderon díxenlle: ahora ya te
van a llevar. E deille un bico así no lado e
preguntoume: señora ¿cómo se llama? Contesteille
que me chamaba Mercedes e díxome: no lo voy a olvidar jamás».
"Llegué y los vi allí todos tirados. Rompimos la alambrada para subir a unos pocos que estaban en los vagones. Estaba una chavalita de 16 años, otro de 21 y un chaval de 14. Yo cogía a ese chaval y le decía: cariño, que no pasa nada; cariño, que no tienes nada ¿Qué te duele? Y él me decía que le dolía el cuello y ya le pusieron un collarín. Y después quedó tranquilo y cuando lo atendieron le dije: ahora ya te van a llevar. Y le dí un beso así de lado y me preguntó: señora ¿cómo se llama? Le contesté que me llamaba Mercedes y me dijo: no lo voy a olvidar jamás".
En
Angrois quedou parte de Nós para sempre. Alí irán os nosos ollos
cando as curvas do destino, invisibles e insomnes, debuxen curvas de
terror. Alí perderemos o mil veces perdido. Escoitaremos o bruar das
areas cristal do norte, onde o mar musita baladas ao frío. Pero en
Angrois aprendemos tamén que a humanidade non deixou de ser humana
(aínda que estes días algúns miserables renoven o seu pacto coa
miseria). Aprendemos leccións de vida fronte á morte, catapulta de
todos os infernos. Gutiérrez, por exemplo, un adolescente que
engrandece a palabra tantas veces vituperada: xuventude. Tirouse ás
vías cargado de amor repartido, gota a gota, nos seus quince anos de
vida. En Angrois deixamos lágrimas que veñen traidoras a mollar o
papel do periódico onde escribo. Conmovido, aínda. Deberían
gardarse, como signos de amor, os exemplares húmidos de bágoas. Vin
chorar a amigos na barra dun bar, tan adultos e tan escarmentados da
vida, mentres pasaban as páxinas de La Voz. As lágrimas que caeron
no papel foron dereitas, seino, á terra de Angrois. Alí seguen,
doéndonos. Os vellos deixaron de ser vellos e as mulleres coraxe,
tantas, pintaron as súas uñas de cor misericordia. En Angrois,
aínda que pareza o contrario, crecemos. Multiplicamos a esperanza no
ser humano. Nobres, pese a tanto. Somos mellores. Por iso non soporto
o diálogo absurdo dos dedos acusadores, discutindo, tertuliando
feroces: as ideoloxías amosando a súa ruindade. Prefiro mirar a 170
quilómetros de Verín para que a ilusión, tan distante, resucite
entre Nós. Miro ao adolescente Gutiérrez. Miro Angrois. Para
renacer, Galicia.
Xosé Carlos Caneiro.
En Angrois quedó parte de Nosotros para siempre. Allí irán nuestros ojos cuando las curvas del destino, invisibles e insomnes, dibujen curvas de terror. Allí perderemos lo mil veces perdido. Escucharemos el ruido de las arenas de las arenas cristal del norte, donde el mar musita baladas al frío. Pero en Angrois aprendimos también que la humanidad no dejó de ser humana ( aún que estos días algunos miserables renueven su pacto con la miseria). Aprendimos lecciones de vida frente a la muerte, catapulta de todos los infiernos. Gutiérres, por ejemplo, un adolescente que engrandece la palabra tantas veces vituperada: juventud. Se tiró a las vías cargado de amor repartido, gota a gota, en sus quince años de vida. En Angrois dejamos lágrimas que vienen traidoras a mojar el papel de periódico donde escribo. Conmovido, aún. Deberían guardarse, como signos de amor, los ejemplares húmedos de lágrimas. Vi llorar a amigos en la barra de un bar, tan adultos y tan escarmentados de la vida, mientras pasaban las paginas de La Voz. Las lágrimas que cayeron en el papel fueron derechas, lo sé, a la tierra de Angrois. Allí siguen, doliéndonos. Los viejos dejaron de ser viejos y las mujeres coraje, tantas, pintaron sus uñas de color misericordia. En Angrois, aunque parezca lo contrario, crecimos. Multiplicamos la esperanza en el ser humano. Nobles, pese a tanto. Somos mejores. Por eso no soporto el diálogo absurdo de los dedos acusadores, discutiendo, tertuliando feroces: las ideologías mostrando su ruindad. Prefiero mirar a 170 km de Verín para que la ilusión, tan distante, resucite entre Nosotros. Miro al adolescente Gutiérrez. Miro Angrois. Para renacer, Galicia.
Gracias a todos los que me escribieron preocupándose por si me había afectado el desgraciado accidente ocurrido en Santiago.