Jorge Valdano

Hooligans cantando...
¿Crisis, qué crisis?.Hombre, por favor... Si somos los mejores, «los putos amos». Aquí estamos: dando la cara, al pie del cañón. ¿Qué ideologías están en crisis?, ¡hombre, no fastidies!. ¿Es que no oíste a Benito Floro?. «Maricón el que la pierda», así de claro. ¿Que hay crisis espiritual?. Pero bueno..., ¿será posible?: ¿es que tú no adoras a Cruyff?, ¿es que nunca le has puesto un par de velitas a Cañizares?... ¡Ya esta bien, hombre!
Hay que gozar de lo que tenemos, del estado del bienestar: «Estudio-Estadio» y unas cañas. Y punto. ¿Para qué complicarnos la vida? ¡Disfruta mientras puedas, de la cultura del paro y de la errata!; ¡de políticos que dicen «de que» y estafan cada mañana!; ¡de las tetas por la tele y «el pelotazo» en tus narices! El país se nos ha puesto de traca y nosotros dale que te pego, tronchándonos a golpe de bombo. No es que estemos colgados, es que ya no leemos ni el revés de la quiniela, perdona que te diga.
Este es el reino del vulgarismo, de Julián Lago, de los tobillos de Bebeto, del «¡poniéndolos, poniéndolos!», de los disfraces de Ruizma, del rostro de los corruptos, de la «güevera» de Gil y Gil...
Y así, querido amigo, con una patria grotesca y en pleno estado de sainete, ya no hay quien escriba teatro.
Esta misma mañana he visto a un vecino llorar a moco tendido porque Romano no podía entrenar a causa de una distensión muscular, dos albañiles se amenazaron de muerte por un libre indirecto, una asistenta abandonó su hogar para seguir los pasos de Paolo Futre... Pero entre toda la oferta surrealista que diariamente nos depara esta España profunda que empieza en el bar que tengo debajo de mi casa, hubo una imagen que, aparte de quedarse grabada en mi retina, fue la que me movió a escribir esta obra: en todos los periódicos aparecían fotos de cientos de personas pasando la noche a las puertas del estadio Sánchez Pizjuán. Ávidos de conseguir localidades para el partido de fútbol contra Dinamarca, se habían desplazado allí cuatro días antes y dormitaban junto a una taquilla arropados con la bandera de España. Se decía en el artículo que por una entrada la gente estaba dispuesta a pagar precios astronómicos. Y todo eso, entre turuta y bocata, en la ciudad de este país donde hay mayor índice de parados...
¿Crisis, qué crisis? ¡Hombre, por favor! Que no te enteras...
No me pidas un texto indagatorio, no busques excelencias literarias, no sueñes con territorios nuevos... Si te apetece, nos damos una pasada costumbrista con golpes zafios y tipos de trazo grueso. Si tú quieres, buceamos en la poética del exabrupto y bajamos el oído al chigre para reencontramos con algo de nosotros mismos.
Luego, si logramos arrancar el envoltorio de este «teatro popular», quizá no lamentemos haber cantado juntos:
«¡¡¡Oé, Oé, Oé, Oé, Oéeeeeeeeeee...!!!».
Este es el reino del vulgarismo, de Julián Lago, de los tobillos de Bebeto, del «¡poniéndolos, poniéndolos!», de los disfraces de Ruizma, del rostro de los corruptos, de la «güevera» de Gil y Gil...
Y así, querido amigo, con una patria grotesca y en pleno estado de sainete, ya no hay quien escriba teatro.
Esta misma mañana he visto a un vecino llorar a moco tendido porque Romano no podía entrenar a causa de una distensión muscular, dos albañiles se amenazaron de muerte por un libre indirecto, una asistenta abandonó su hogar para seguir los pasos de Paolo Futre... Pero entre toda la oferta surrealista que diariamente nos depara esta España profunda que empieza en el bar que tengo debajo de mi casa, hubo una imagen que, aparte de quedarse grabada en mi retina, fue la que me movió a escribir esta obra: en todos los periódicos aparecían fotos de cientos de personas pasando la noche a las puertas del estadio Sánchez Pizjuán. Ávidos de conseguir localidades para el partido de fútbol contra Dinamarca, se habían desplazado allí cuatro días antes y dormitaban junto a una taquilla arropados con la bandera de España. Se decía en el artículo que por una entrada la gente estaba dispuesta a pagar precios astronómicos. Y todo eso, entre turuta y bocata, en la ciudad de este país donde hay mayor índice de parados...
¿Crisis, qué crisis? ¡Hombre, por favor! Que no te enteras...
No me pidas un texto indagatorio, no busques excelencias literarias, no sueñes con territorios nuevos... Si te apetece, nos damos una pasada costumbrista con golpes zafios y tipos de trazo grueso. Si tú quieres, buceamos en la poética del exabrupto y bajamos el oído al chigre para reencontramos con algo de nosotros mismos.
Luego, si logramos arrancar el envoltorio de este «teatro popular», quizá no lamentemos haber cantado juntos:
«¡¡¡Oé, Oé, Oé, Oé, Oéeeeeeeeeee...!!!».

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